Capilla de San Nomedio
En la cumbre del monte del mismo nombre hay una capilla dedicada a San Mamed, cuya fiesta se celebra el 7 de agosto. La Virgen de As Neves también era venerada aquí.
El investigador Rodríguez Otero (2004) asegura que "las feligresías que circundan el monte acudían a la fiesta con sus pendones y cruces parroquiales que eran recibidas en las diferentes explanadas orientadas hacia cada parroquia, por las del titular de la capilla con un triple cruzamiento y abatimiento de ambas tras las genuflexiones rituales. Rubiós, los Batallanes, Vilacoba, Guillade, los Ribartemes, Tortoreos eran parroquias que allá subían procesionalmente".
En la visita pastoral de 1528 la capilla estaba derrumbada:"avia en la da feligresía una hermita de San Mamed no tyene propiedades está en el suelo". En el informe parroquial de 1754 el templo ya fuera reconstruído, y así lo corrobora también el Padre Flórez en 1767.
En la visita de 1780 se ordena: " ...que se calee el techo por la pte del Nzzte y se ponga tarima nueba y hencarga S.S.I. la puntual observancia y cumplimiento de todo lo mandado en la anterior visita..."
"(…) Las parroquias de San Ciprian, S. José y Santiago de Ribarteme, confinantes à la de Setados, tienen por la parte de O. al elevado monte de San Mamed, o vulgarmente Sanomedio, sobre el cual tiene una ermita, donde se venera la efigie de este santo, y à ella concurren muchos portugueses (...)"
Sebastián de Miñano y Bedoya; 1827
En 1852 el historiador Ávila y la Cueva señala que Taboexa “tiene sobre una montaña muy elevada una devota y antigua ermita dedicada a San Mamed (...) a quien el vulgo llama San Nomedio”.
En el informe pastoral de 1854 se afirma que la capilla de San Mamede es propia de la parroquia y en ella se celebra misa alguna vez. También se precisan sus medidas, que son “de seis metros de longitud y cinco de latitud".
Entre 1936 y 1939 el sacerdote responsable de la capilla, José Domínguez Fuertes, se negó a denunciar ante las autoridades que sus puertas aparecían forzadas con frecuencia. La intención del párroco era proteger a los huidos antifranquistas que habían abandonado sus casas para defender su vida.
Así lo pone de manifiesto en un escrito que dirige al vicario de la diócesis en mayo de 1939:
“ (…) durante la guerra tenía esto explicación debido a que sería causado por los que andaban huidos por el monte a fin de guarecerse en ésta (en la capilla) en los temporales de invierno, pero ahora no parece ser así como se pensaba (…)”
Cuando finalizó la guerra el cura descubrió que los que forzaban las puertas de la capilla eran pastores de otra parroquia, y no los huidos. Fue entonces cuando realizó la denuncia.